Para los que quieren saber, ¿es suficiente con preguntar?

Para mucha gente, las encuestas forman una parte inevitable de la vida. Pero en una época en que son más prevalentes que nunca, ¿con qué eficacia miden la opinión pública?

Las encuestas, en su forma más sencilla, representan un método para recolectar información sobre las opiniones dentro de un grupo de personas. Se utilizan a diario para saber cosas como si los empleados están satisfechos con las nuevas normas en la oficina, qué fácil fue navegar en un sitio de web para comprar un vuelo o cual candidato prefiere la gente en las elecciones que se acercan. Las encuestas se han convertido en una herramienta preferida para la investigación de la opinión pública. 

Desde una perspectiva metodológica, las encuestas tienen muchas ventajas. Suelen ser más eficientes que las entrevistas o conversaciones en grupos y sus resultados favorecen el análisis estadístico. Con la difusión de nuevas tecnologías y plataformas en línea (como Doodle, SurveyMonkey, y Google Forms, entre otros), casi cualquiera puede crear y compartir su propia encuesta. 

Sin embargo, las encuestas también tienen sus debilidades.

Existe una larga tradición en la academia de estudios sobre los errores en las encuestas. No hay duda de que la encuesta es una herramienta imperfecta, la cual implica cierto nivel de responsabilidad para quien quiera usarlas, si desea generalizar sobre una población.

Por ejemplo, sabemos que la minoría de personas que suelen participar en las encuestas no son una buena representación de la población general, dado que muestran un mayor interés en compartir sus opiniones sobre diferentes temas. Por supuesto, esto no quiere decir que los que no participan carezcan de opiniones. La realidad es que algunos grupos (étnicos, socioeconómicos, culturales, etc.) son más difíciles de contactar y menos proclives a participar en cualquier encuesta, especialmente cuando existen dudas sobre cómo la información será utilizada. 

Cuando hay una población relativamente pequeña de personas que se inclinan a participar en las encuestas y una gran mayoría que no, nos enfrentamos a un problema de grandes implicaciones para diversos sectores de la sociedad.

Si tenemos un sesgo cognitivo hacia herramientas de investigación como la encuesta, ignoramos las alternativas que podrían funcionar mejor para ciertas poblaciones. Una transición hacia métodos alternativos significaría nada menos que un cambio de paradigma en la investigación de la opinión pública, pero tal vez sea el cambio de necesitamos.

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