© 2013 Maria Riera Velasco

La veranera de Marcelina

Las buganvilias, en El Salvador, se llaman veraneras porque solo florecen en verano. Sin embargo, la veranera de Marcelina echa flores durante todo el año. Marcelina y su veranera son un símbolo de Ciudad Romero, ambas echaron raíces en la comunidad y jamás nadie las va a alejar de su tierra.

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Marcelina lleva 12 años viviendo en Ciudad Romero, desde el año de la repatriación, que coincidió con la firma de los acuerdos de paz. Tiene cinco hijos ya adultos, de los cuales cuatro residen fuera del país. Su principal actividad es cuidar (y esa es la palabra que ella siempre emplea) a las delegaciones extranjeras que visitan el Bajo Lempa. En esta ocasión, a Marcelina le tocó cuidar a cuatro muchachas bien curiosas del Instituto de Monterey.

Sarah, Arianne, Brittany y yo conocimos a Marcelina la noche del 6 de enero, cuando pisamos por primera vez las calles de Ciudad Romero. Nos recibió en su casa con tímido entusiasmo y enseguida nos dijo que la cena estaba lista. Mientras cenábamos nos contó (de pie, junto a la mesa) que todos los años espera ansiosa la llegada de las delegaciones, que le llenan la casa de distracciones y mucho trabajo. Ya hacia el final de nuestra estancia, nos confesó que nunca había tenido que cuidar a unas chicas tan preguntonas como nosotras. “Así se tiene que ser”, añadió, por si nos habíamos ofendido. De hecho, en la mismísima primera noche, alentada por nuestras preguntas, ya nos relató toda su historia en el exilio, primero en Honduras y luego en Panamá.

A lo largo de las tres semanas, no solo nos preparó desayuno, almuerzo y cena todos los días, sino que nos enseñó a cocinar frijoles, nos entrenó a lavar los platos y la ropa en la pila y, sobre todo, nos hizo reír a carcajadas. Entre broma y broma también nos hablaba (de nuevo, respondiendo a infinitas preguntas) de todo lo que había tenido que pasar a lo largo de su vida: la larguísima enfermedad de su esposo, que murió de insuficiencia renal años atrás, cuando los hijos aún eran jóvenes; el nacimiento de sus nietos en Estados Unidos, a quienes solo ha visto en fotos; la despedida de sus dos hijos menores, que tres años atrás volvieron a Panamá, el país donde crecieron; la detección de un problema grave en el tejido cerebral de su nieta de 4 años, que vive con ella en la casa de Ciudad Romero; y su compleja historia de amor con el hombre que ama y que conoció tras la muerte de su esposo.

En casa de Marcelina

Las confidencias que nos hizo desde la hamaca, bajo su hermosa veranera, contribuyeron a crear una fuerte relación entre las cinco mujeres que pasamos un enero bajo el mismo techo. Cuando una vuelve a Monterey después de tres semanas en El Salvador, hay muchas cosas que se extrañan, pero, por encima de todo, se extraña la confianza y la bondad de una mujer que nos abrió las puertas de su casa y de su corazón.

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